ANTE TODO, AGRADECEMOS SU INTERÉS POR ESTE CASO.

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DATOS CONTRASTADOS EN REFERENCIA A LA DESAPARICIÓN DE DOÑA NEMESIA MORATÓ



Sabemos que el lunes 14 de febrero de 2004 abandona el hogar del jubilado con la intención, según ella (como comunicó a sus compañeros del ala de juegos de mesa del citado asilo) de reincorporarse como trabajadora voluntaria en la Hemeroteca Nacional en su sede de Barcelona.
Paseo de la Zona Franca s/n. esquina C/ Hornos del Berguedà.

Así mismo, tenemos constancia de que se muda de domicilio y pasa de residir en la calle Brunete 25 (en una casa con patio del barrio del Carmelo), a hacerlo en Hospitalet, en un bloque de protección oficial de la calle Celestino Huertas 24. Al parecer, se hace traslado de un escueto ajuar (ropas y muebles, sobre todo) y el resto de sus pertenencias son donadas, según consta en un albarán de Corredurías Olmo, a los Hogares de la tercera edad de S'Agaró. Como hemos comprobado, la mayoría de los objetos llevan más de dos años embalados en cajas de cartón en el salón principal del pequeño apartamento, a excepción de un bañador C&K y un vestido azul de noche que comparten percha en el mismo ropero. No se registra actividad ni en la cocina ni en el cuarto de aseo, a excepción de dos botes vacíos de CUCAL, uno en cada espacio. Nadie de la escalera de vecinos ha reconocido la presencia de la sra Nemesia en el inmueble, aunque en el padrón municipal consta como inquilina desde febrero de 1998.
De sus cuentas corrientes y libretas de ahorro son retirados periódicamente los abonos que realiza la Seguridad social en concepto de Pensión de jubilación y Pensión de viudedad desde diferentes capitales españolas. También son puestas al día otras cuentas donde revierten los réditos de algunas acciones. En una de estas cuentas, perteneciente a la Caja de Pensiones de Trujillo, consta el cobro de dos alquileres en Plasencia (Cáceres) y una anotación, también periódica y mensual, de novecientos euros, que se realiza aleatoriamente desde diferentes oficinas de Correos en la provincia de Valladolid por ingresos en efectivo. De estas últimas cuentas no es retirada cantidad alguna, aunque se ha comprobado que se efectúa control del saldo a diario, en alguna ocasión varias veces al día y desde lugares tan dispares como El Cairo, Nuanchot, Tolousse o Reus. Se puede facilitar estadillo completo de esas comprobaciones, algunas con fecha, e incluso hora local, desde enero de 2007 a quien pudiera necesitar tales referencias. No disponemos de mayor información relacionada, aún cuando hemos volcado en estas páginas algunas reseñas sobre su persona que amablemente han ido facilitándonos amigos y conocidos de Nemesia. En estos momentos estamos a la espera de más informaciones al respecto. Aceptamos cualquier anotación sobre el particular de aquel o aquellos que tengan a bien ofrecernos de su paradero, tal vez alguna pista fiable u otras referencias acerca de su vida. Quizás estas puedan conducirnos de alguna manera hasta ella. Agradeceremos se pongan en contacto con el gabinete de consultoría Rideel&CO o con su director Atahualpa Figo Moreno a través de este medio.







9.30.2007


Sr. Atahualpa
Esta es la fotografía de la que les he hablado por teléfono.
Mi abuela me dijo que la niña era de los Morató y que su padre era profesor de una academia.
Mi abuelo salía con él al monte a ver las estrellas y decían que se volvió loco y que todo el día estaba hablando de seres de otro mundo.
No duden en volver a llamarme.
Lo del dinero de los Van-Gaal esos ya me dirá como me lo envían.
Muchas gracias.
Paco Mendoza.

"Carta abierta..." aportada por el sub-secretario de "Ufólogos por la igualdad" Murcia, septiembre 2007.

Carta abierta a Meme Morató.

Hace más tres años que no sabemos de ti, querida.

Tu amable posado serio no nos acompaña, ni tu ceja arqueada, ni tu morro torcido.
Nemesia, Meme bonita. Nos faltan otras cosas tuyas, tu voz ajada y tus rabietas, por ejemplo, tu bizcorneo mirar introspectivo y tus consejos e indicaciones de matrona cilíndrica. Echamos en falta tus quejas y sus largas y amargas valoraciones, también tu telescopio.

Desconozco que te ha hecho estar alejada del mundo en este tiempo, quizás estés muerta -de hecho ya tienes una edad- o puede que, cumplido uno de tus sueños, hayas sido abducida de una vez por todas.
No hay mejor recompensa al final de nuestros días que ver la quimera al lado exacto de la vida, y nosotros allí para contemplarlo. ¿No es cierto?

Qué quieres que te diga. Te cambiaría el puesto.

Somos muchos los que creemos que estás al otro lado de este asunto y nos lees, y nos ves. Quizás estés leyendo esto ahora mismo y te rías, qui lo sà… Pero no podemos permitirnos más duda que la razonable, ya sabes lo que nos decía Jacinto Boladeras, ante la duda… la determinación más absoluta.

Te diré más cosas, Meme. Te hablaré de nuestras nuevas conclusiones, de lo mucho que nos está ayudando la fotografía digital y los programas informáticos de retoque de imágenes para nuestras investigaciones. Se acabó el llevar cámaras de super8 a las altas cumbres, se acabaron los cargantes magnetoscopios, los casettes y las tiendas de campaña.

Todo va bien, muy bien diría yo, pero se te echa de menos.
Qué melancolía nos invade. Cuánto deseamos volver a verte (si estás viva, claro está).

Recuerdo muy bien aquel sábado en el que me hablaron por primera vez de la ufóloga Nemesia, el martes que leí tu artículo en “La puerta de Thanhausser” sobre alienígenas enanos, y el primer jueves que compartí tapete contigo en el casino clandestino de la Farmacia Sr.Pi.
Cuántas veces te dije que me forzaras el ritmo, cuánto te hablé entonces de lo necesaria que era para nuestro equipo una persona como tú. Cómo olvidar aquellas noches en vela en las cimas de los montes, a la espera de que la radioestesia, la logarítmica y la paciencia nos mostrara a nuestros vecinos estelares.

- No estamos solos.- ¿Recuerdas?

Nemesia. Resulta cómico hablarte ahora que no estás. Muchos dicen que te han asesinado, que andas sumergida en un pantano o haciéndote raíces de altas enredaderas.

Yo, por mi parte, dudo lo razonable, aunque no acepto el silencio de tu persona como una voluntad extrema, a la vez que creo que eres libre y que pronto sabremos de ti mediante un nuevo descubrimiento tuyo.

De hecho, la velocidad de las naves de Ganímedes te pueden traer en un santiamén.

Lee esto y me dices…
Rufo Miralpeix

9.28.2007

NOTICIERO ELEMENTAL 29 DE FEBRERO 2004










Sepronci Bataller



A una columna:



Se da por desaparecida a Nemesia Morató, la úfóloga autora de "Abducciones".






9.27.2007

PLANOS DEL SUBMARINO ALEMÁN REQUISADOS A UN ESPÍA EN LAS ATARAZANAS DEL PUERTO DE BARCELONA 1941.




















Imágenes de los planos y especificaciones del minisubmarino (Kleinkampfmittel) modelo Neger de la marina de Tercer Reich, según obran en poder del afamado coleccionista vilanoví Sr. Leoni Cantattore.

Dichos documentos fueron intervenidos al antropólogo comunista Elíacer Butterberry Morató, en un truculento episodio a bordo del buque italiano "La Merussa" en diciembre de 1941. Se ha escrito que el nominado y antiguo profesor de historia y reconocido teórico, sustrajo dichos documentos de un taller que la Kriegsmarine nazi había establecido en la ciudad condal, despues de hacerse pasar por un jerifalte de la gloriosa flota del imperio español y pasar a formar parte del grupo de asesores del Almirante Karl Rheinbote, precursor de los submarinos espía y valedor de todos aquellos que se realizaron en España a principos de los años 40.

Butterberry Morató fué fusilado despues del consejo de guerra celebrado en la casa del Ardiaca (Barcelona) Mayo 1942, no sin antes arrastrar con su declaraciones a todo tipo de agentes infiltrados en la inteligencia militar de la España de la posguerra.

De entre este ingente número de valerosos espías cabría resaltar a Eleuterio Trufat Bertomeu, antiguo jinete del equipo de Polo del Ejército medalla de bronce en saltos en la olimpiada de Los Angeles 1932





9.25.2007

SONETO LEÍDO SUPUESTAMENTE POR DOÑA NEMESIA MORATÓ EN EL ENTIERRO DE SU PERRO BELISARIO TRAS UN BOMBARDEO. BARCELONA 17 DE MARZO 1938

Del animal, de su vida que no es nada,
desnuda de sustancia y sentimiento,
súbdita del hombre y su tormento,
emerge su alma flagelada.

Cerdo, perdiz, paloma, golondrina,
ballena, atún, lorito, perro,
gallina, cabra, salmón, sardina,
sois para el hombre del amor destierro.

Si en tiempo fuiste leal o amigo,
si a sus hijos diste abrigo o alimento
a ti que no eres nada animal te digo:

quedarás sin recuerdo ni memento
y aunque de tu dolor como hombre me desligo,
por siempre serás de lo humano fundamento.

LUCIO ANNEO LAMELA : SONETO. SEGUNDO PREMIO (PRIMERO DESIERTO) EN EL CONCURSO "PRIMAVERA CULTURAL" CÍRCULO ECUESTRE, ZARAGOZA 1998

Madrugada de luz, de incandescencia,
de luz nuclear que a la propia luz abrasa,
emplazando a la luz donde la luz se incendia
en un bucle de luz que al besar traspasa.

Como luz radial de sombra infinita,
la luz que ahora en la lámpara estalla
se expande y a la sombra que en la luz habita
da más luz que luz, da la palabra.

La Unidad de la luz de la nada y del fuego,
de la luz azul que desde el mar reclama,
cegada con la luz de la verdad sin silencio,

que además tras su luz proyecta la templanza,
va a convertirse, en luz, sin sombra, en el comienzo,
pues si hay luz hay voz y alumbra la esperanza.

Texto publicado por Eliacer Morató y Hildegarda Xirgu en la revista Science&Paradigm."Hipótesis perro nº1" Fildelfia Abril 1931 (trad. L.A. Lamela)

Ya han pasado doce años (con doce días) desde que el primer perro se pusiera de pie y de que acto seguido se parara sobre sus patas traseras para no bajar jamás.
Quien se ha dedicado a contar el tiempo anuncia que, si bien nadie recuerda el momento exacto en que se produjo tal cosa, el establecer con rigor una minuta del caso, cronológica, detallada y escrupulosa, nos ayudará a todos a comprender esa elevación perruna y a asumirla como fruto ineludible de una voluntad extrema.

Al principio nadie quiso ver en ella, en esa evolución, digo, nada extraño, achacándola, a lo sumo, al impulso irrefrenable de una emanación genética de un ancestro perrocircense.

Si se hubiese intuido la suma de calamidades que para el ser humano (ese otro animal erguido) tal hecho iba a suponer, se habría combatido a la primera (de eso no nos cabe duda), a la vez que exhortado (violentamente, también nos consta) a los cientos de perros a deponer esa ácrata actitud, mientras que obligado al resto a no imitar a sus peludos congéneres.
Ante aquellos asombrosos desfiles, donde ingentes cantidades de cánidos parecían marcar el paso de un progreso impreciso pero a todas luces triunfante, el común del ser humano no pudo más que aplaudir, vociferar, lanzar salchichas y emitir sonidos onomatopéyicos relacionados con la antigua y recíproca relación (ahora ya inservible) que mantuvo con el animal perro desde los albores de su civilización.

Al principio, y como ya se ha dicho, este cúmulo de actitudes perrunas no supuso más que unos ciento veinte estudios etológicos y universitarios, y no más de unas docenas de reportajes gráficos, contando con los que en Botswana, Burundi y Reus (Tarragona) se realizaron sobre el perro licaon de las praderas africanas.

Nadie, a excepción de un insistente científico, quiso ver en este conjunto de excentricidades un riesgo para la integridad del ser humano, como animal unicista y social, como delta lógico de de una sinrazón histórica, fruto, tal vez, de una inseminación áurea o extraterrestre.
Repetimos: nadie, a excepción del insoportable señor antes mencionado, se aventuró a ver, en este extraño caso de desfachatez zoológica, y después de que el primer perro tomara la palabra (en un perfecto castellano), un recelo mayor que el que confiere a toda sociedad avanzada el leer en las primeras páginas de los diarios de provincias “Ha estallado la Guerra”.

No por ello, hubo gente humana que declaró que se sentía especialmente asustada cuando se veían a familias perro pasar si pagar en el metropolitano, acceder a instituciones, ir a la playa los domingos, consumir a cientos paquetes de mortadela, lamer los cubos de la basura e incluso ir en porretas por las calles a todas horas.

El imprevisible científico insistió en el tema, arrastrando tras de sí a manadas de humanos que parecieron comenzar a hacerle caso, por lo de escucharle, básicamente, al mismo tiempo que le miraban asombrados pensando quizás que se cantaría algo.

Tímidas manifestaciones (muy motivadas, de eso tenemos constancia) se produjeron, Esloganistas, pancarteras la mayoría, mientras perros y perras policía (con esto de la simpática paridad entre los sexos) comenzaron a controlar todo desde las esquinas, farolas y azoteas.
Se tomaron precauciones, no obstante. Se acordonaron zonas de las ciudades y del extraradio (también de algunos pueblos con costumbres reaccionarias). Se establecieron rigurosos controles sanitarios y, sin vergüenza, se empezó a confeccionar un exhaustivo censo del canis familiaris y de sus ramificaciones, mezcolanzas, bifurqueos e hibridaciones.
Perros pastores, perros lazarillos, falderos, cazadores, perros de guerra, de presa, perros y perras vigilantes, vagabundos. Perros de aguas, de carreras, perros saltimbanquis, perros perros, perros canguro, perros de pelea, tartamudos, bomberos, escritores.

Poco antes de morir devorado por una jauría de perros bípedos, anuros (por lo del rabo) y extrañamente depilados, el impertinente científico detalló, con todo lujo de detalles, que los perros habían sido inoculados con la misma semilla galáctica que el llamado Dios (en realidad se trataba de un funcionario del planeta Qwerty) facilitó al homo erectus (antes de serlo) hace algo menos de doce millones de años.

Aproximación a Nemesia a través de un texto atribuido a ella, encontrado debajo de un colchón. Barcelona noviembre de 1937. Datos de Ambrosia Salcedo.

Lo falso de las sombras es que se esfumen en la oscuridad.

No es cierto que sus contornos se agranden con auras fotográficas, aunque en su inconsistencia plateada se dilaten y se tornen envolventes.

Las sombras no desaparecen en la penumbra: crecen.

Sombras ahí, imperecederas, anhelantes, anónimas.

Las percibo cuando crepitan las baldosas en sus paseos inertes, en el espejismo sonoro del viento, desde temblor retenido de las tejas o tras el chirriar inesperado de las viejas puertas.

Desde mi interior afloran sombras de infinitas divisiones que asumo y enumero exponencialmente hasta cifras que aún controlo.
Son muchas sombras, según parece, o una muy compacta que se derrama en innumerables hijas, controladoras todas de la casa, el patio o el desván.

Súcubos simpáticas y equívocas que juegan con los visillos.

Los libros retorcidos (sombras también de próximas cenizas) suelen cobijarlas, y sus figuras dormidas reflejan nuevas sombras que combaten o se alían con las otras, según avanza la noche, sus símbolos, o los entresijos que contienen.

Mi pobre Belisario ya ni les ladra: parece conocerlas. También él proyecta sombras, perrunas, lobunas muchas veces. Asustada y ruin, se eriza la sombra del lomo de mi perro en un zigzagueante crestón de perro lobo dual, sometido y salvaje.

No obstante, la espesa madre gris y asexuada que me ronda, (Lilith, errante, alada) no muestra intención de abandonarme. La veo muchas noches circundar mi cama, triste, abatida, como velándome el sueño, en un sin vivir protoesponjado y apático, arrastrando los pies que no tiene.

Otras veces, sin embargo, renuncia a ese tono glacial, se sienta a mi lado, cordial, e intenta hablarme.
Yo, desde esa antesala que es la vigilia de los viejos, la observo más que la temo y la escucho por no apenarla.
Quizás por eso me cree suya, y me enreda, me llama por los muchos nombres de sus amantes celestes, me confunde y me duermo.

Es ahí cuando sueño que la gran sombra que proyecta mi alma planetaria se estrella en el universo de una pamela amarilla de soles inmóviles, donde la luz brota a la inversa desde un sobre de palabras y de dos lápices inmensos.

No quiero vencer a la sombra, por eso la alimento.
Si quisiera de ella el fin de una guerra limpia, con o sin muertos (o caballos), bastaría con encender perfiles de locura y abrasar con ellos las paredes.
Podría declamar a gritos como la actriz que soy, o volver a recorrer mis pasos hasta el cruce erróneo de mi mayor mentira. O, por ejemplo, extender seis letras luminosas en un mar deprisa.

Sería fácil para ella descifrarme, amarme, vaciarme los bolsillos o colgar mis zapatos de una cuerda ególatra. Lo sería escribir de mí o de mis sombras en el borde exacto de una nube incendiada.
Lo sería huir y rondar como sombra en las camas ajenas, en las vidas ajenas, a los perros de otro.

Alimentar a más sombras me resultaría entonces una práctica cómica, aunque vencerlas careciera ya de mérito o recompensa.

N.Morató

Referencia a Eliacer Morató, aparecida como cuento en la revista LA ESFERA INMÓVIL 17 de noviembre de 1951.



Eliécer Morató tenía una forma muy particular de realizar su trabajo; una serie de extraños métodos y artificios en los que se aplicaba para elaborar sus enrevesados párrafos.
Todo el mundo asegura que desde muy joven había practicado esas técnicas, las que creían propias de su invención o heredadas, con poetas consagrados, con aprendices e incluso con compañeros de la institución.

Se desconoce qué le obligaba a obrar así.

Sus alumnos y discípulos, o al menos algunos de ellos, al margen de la mezcla de miedo, burla y admiración que el serio corrector les provocaba, aseguran que esa energía que parecía poseer, que le forzaba a erguirse y declamar extrañísimos versos y cánticos, brotaba de su alma sombría, y que era esta misma la que le condenaba después a permanecer días enteros postrado y como en peligro.

Verso tras verso, en rebuscadas jergas o con agudos o ininteligibles razonamientos, iba transformando lo que en un principio era un discurso lógico hasta convertirlo (y convertirse él mismo) en un sinóptico punto en el que no podía ni reconocerse.

Quién sabe por qué explico esto, quizás porque ahora comprendo mucho mejor lo que le hacía conducirse de aquella manera.

Cuando le fusilaron, yo ya no era la proyección de una sombra chinesca ni un anónimo atisbo en lo más íntimo de mi creador, aunque quizás he sido solamente eso: un presuntuoso eco o un desesperado latir entre barrancos.
Qué importa eso ahora.

Papá, en aquel verano, ya sabía de mí por sus sueños y empezaba a fraguarme de alguna manera en su pensamiento por los negros augurios que a veces le sobrevenían.

La relación entre papá y Eliécer Morató hace mucho que es antigua.

Surgió poco a poco de las larguísimas tardes en los bancos del seminario donde sindicaban sobre salmos y rezos u objetaban ante grotescos profesores.
Aunque su amistad nunca fue profunda y estaba basada en sutiles y a veces hasta imperecederos silencios en los que ambos creían encontrar hilos de araña que comunicaban sus mentes, era compacta, intestina, como la de un molde y su figura, si bien nada ni nadie podrá jamás determinar en esa relación la más mínima camaradería.

En su juventud habían compartido las vivencias propias de su edad mientras viajaban juntos por los más recónditos pueblos del país a la búsqueda de antiguos grabados (aucas y gozos, generalmente), documentos o libros, en los que creían poder encontrar alguna cosa.
Tal vez en ese perpetuo surcar librerías y paisajes llegaran a compartir algo, quizás lo consiguiera la cotidianidad de aquellos días estivales de la adolescencia o simplemente lo indispensable del camino.

Otra cosa parecería absurda, o me lo parece a mí, pero visto desde ahora y sabiendo lo que sé, me resulta lógico.

Fue en el momento en que papá me habló de mí, cuando por fin pudimos hallar sentido a lo que uno y otro habían perseguido tanto tiempo atrás.
Entonces vi en sus ojos (lo recuerdo ahora) la sorpresa absoluta de la conquista y, de forma automática, la decepción de una maravillosa pérdida.

El objetivo más concreto de Eliécer, tan pocas veces explicitado, llegó a papá también a través de los sueños. Dos días después de volver a crearme, antes de encerrarme de nuevo, me habló de ello.

Supo de la angustia de Eliécer mientras dormitaban apoyados en una tapia, a la sombra de una enorme higuera en una calurosa tarde del mes de Julio.
Después de algunas jornadas que no quiso detallar en número, y de que Eliécer cerrara por primera vez los ojos agotado por aquel caminar sin descanso por cunetas bajo un sol de plomo, un extraordinario fluido (calificado por papá de magmático) surgió del cuerpo de su compañero.

Según papá, no se trató de materia. No era energía.

Nada le hizo prever que el líquido irreal y luminiscente que parecía derramar Eliécer fuera a tomar forma, ni que de ello pudiera mi creador obtener referencia alguna de lo real. No obstante, descubrió, entre tanta futilidad e inexistencia, un volátil segmento de algo mayor: un títere ovoide truncado por ambos polos (como dijo), palpitante, esencial en su forma pero absurdo en sus movimientos.
Fue esa danza inadmisible y de lo que de ella se desprendía, lo que en definitiva le acercó al final, a la comprensión del viaje.

Si bien de ello, de esa nueva forma, obtuvo una descarada visión del egoísta examen que el corrector le aplicaba a él como individuo, valorándole con llaneza, casi con lástima, lo que acompañó a la visión compensó tal agravio.

En la otra blanda y deforme destilación que manaba de Eliécer, papá me aseguró que pudo ver su proyecto último, el de Eliécer y el de ambos, casi como un designio, y que si éste no era ni comparable al suyo ni en lo intenso ni en lo grave, mantenía una aproximación en los contenidos de tal exactitud que no pudo hacer otra cosa que quedar inmóvil, aterrado.

Tras esta eruptiva alucinación, un destello de la aureola que rodeó a la segunda imagen, y en uno de sus perfiles, me aseguró que pudo ver algo mágico surgir de la nada: una extensa área de bruma volcada sobre un mar en calma. Con un grosor de micras, esa enorme y afilada cuchilla de consistencia etérea, evanescente, sintetizó lo que ambos habían ido elaborando, separándoles en una cisura exacta e instantánea.

Aquella especie de niebla mineral emergía hasta flotar a escasos centímetros del agua y se dejaba traspasar por la luz matizando su tenue estructura y facilitando que transmitiera misteriosas irisaciones y músicas. Extrañas en sus contenidos, con desconocidos y metálicos ruidos, parecían trombones quebrados y lejanos, como láminas de acero rozándose y rompiéndose.
Tras ese advenimiento, donde los elementos parecían manifestarse con entera y pausada libertad, mi creador obtuvo su pago en forma de revelación.
En aquella doble espiral concéntrica, hija también de la involuntariedad o del genio del corrector, captó de inmediato cual iba a ser el siguiente paso, y el siguiente y el otro.

En un principio, papá se vio a si mismo velando el dramático sueño de Eliécer, sin pretender nada, sin desear nada.
Esperó convulsiones, espasmos de su vientre o gritos. Nada de eso. Mientras, el corrector supuso, quizás en su momentánea inconsciencia, que su elevación se vería acompañada por lo complementario de mi padre, por su respuesta.

Posiblemente éste también lo creyó así por un segundo, pero de lo sucedido, o de lo que fue para ambos aquello, lo que se me ha transmitido escapa de lo que ellos mismos jamás podrían explicar.

Mi creador no tuvo más que desearlo cuando, en un bucle perfecto, Eliécer derramó nuevas disoluciones de letras y números. Párrafos inconexos de oraciones complejas. Insultos. Absurdos coloreados con normes propios, lugares ciertos e imaginarios ordenados alfabéticamente o con diferentes criterios.
A través de la urdimbre de aquel espacio surgían también, a borbotones y en manojos espontáneos, operaciones matemáticas irreales con factores de lógica propia imposibles de transferir. Sumas de dinero, Deudas.

Eliécer quiso entonces descomponerse. Absorbió por completo su plasma irreal (ahora sin sustancia) y quedó en el estado que tantas veces ha mostrado después de sus seniles esfuerzos. Flojo, baldío, enucleado, como de espuma, frágil.

Pareció envejecer entonces hasta llegar a su propia inmolación. Un final de opacos tabloides sin grafismos ni mensajes claros.

Mi creador, mi verdadero padre, optó entonces por abandonarle: dejarle consumido en el verano de las palabras, del lodo y de los signos.

Eliécer Morató, corrector, ufólogo, literato, guitarrista, asceta, me buscó con ahínco, nos buscó a los dos.

Papá en aquel momento quiso esconderme del mundo. Lo intentó en las playas, en los ríos y en las cuevas, en la casa de los animales, entre otras como yo, en mí misma, pero para entonces ya era tarde. Era mi egoísmo el que en esos momentos dirigía sus pasos.

Si bien podría haber tomado papá el camino de regreso y con ello el del éxito, fue noble y no quiso conmigo acceder a otras esferas que no fueran las propias del estudio y la contemplación.

Me creyó perfecta, universal, infalible, eterna.
Hizo que me sintiera amada por vez primera.

Me imaginé liberada de ideas y de fines, nueva para mí y para él, adornada con la cinta extraordinaria que une esos parámetros ventriculares cercanos y distantes del sueño y la vigilia. Fue allí donde papá me había buscado sin hallarme hasta entonces.

Mi padre, mi creador, con su proyección absoluta, consigo mismo y con su hallazgo, maduró el hecho de devolverme a Eliécer, o compartirme, darme en definitiva a conocer a su mayor enemigo.

Fue ahí cuando, en mi capricho, me negué a ello y amenacé con explotar.
Hablé de reventar mi proyecto de cosecha y así el de todos, con arrasar los mares, los montes, los climas…
Hundiré catedrales, le dije, perderé rebaños. Descompensaré la estructura de los muros, confundiré caminos, malversaré zapatos.

Le llamé tirano, cocinero. Suflé desinflado sin proyección alguna. Perjuro, cobarde.

Y lloré. Lloré como una mala hija y quise irme.

Fue entonces cuando papá cerró el manual y sonrió.
Siguió sentado, esgrafiando la puerta con las uñas.
Me dijo que otro día hablaríamos de mí.

.

Onírica transferida por una tal N. Morató y transcrita por la psicoanalista Dra Susana Gorriz Pedernals. Hospital Ruiz de Lopera. Badalona abril 1979.



Hola Nemesia: Soy tu pamela.

He sido conducida hasta ti por el mismo viento que nos separó.
Comprendo que te sorprenderá encontrarme de nuevo colgando del perchero, esta vez ya sin el polvo típico con el que has acostumbrado a camuflarme.
Creerás que he vuelto desde la nada, desde ese espacio intermedio o final a donde me condenó tu desidia.
No es cierto, no creas, que piense que tú fueras capaz de abandonarme. No es posible que tu alma albergue rencor por mí: de hecho nunca me usaste.
No sé que recóndita intención te hizo poseerme si en definitiva jamás has llevado sombrero.

He llegado volando, he entrado por la ventana,

Te diré que en ese lugar absurdo que me ha hecho conocer la corriente de los océanos y el anagrama telúrico de los intersticios terrenos, he conocido otras gentes y otros sombreros, partícipes todos de fiestas, aquelarres o entierros. Conocí, por ejemplo, a un triste bonete que buscaba con ahínco a su dueño. Más triste que grande y más gastado que sobrio, rodaba por las avenidas de un barrio sin farolas.

También he podido ver, en ese accidentado deambular sin tránsito, boinas, chisteras, birretes, salacots, tricornios, gorras, chapelas, huérfanos todos de cabelleras y ausentes de sus cortezas craneales.

Ahora me ves aquí y es cierto: aquí estoy.
El clavo que me administra de nuevo la existencia reluce al mismo tiempo que yo mismo le protejo y el mismo me soporta, como un maridaje a la antigua, vamos.
Esta última situación, al margen de algunas otras que se presenten, parece condenada a la perennidad, no siendo la situación algo que me incomode, antes al contrario, y creo que será hora que te transmita mis más humildes anhelos de pamela evanescente.

Verás Nemesia:

Albergo alguna duda al respecto de mi futuro. Quisiera saber de tu boca que va a ser de mí, ahora que no se llevan pamelas y que los rayos del sol hacen aparecer cosas tan absurdas como ronchas y pecas de textura y calibre impredecibles.
Quizás pudieras venderme a un vendedor de helados, de aquellos que los domingos entretienen a la gente sacando de neveras de corcho cucuruchos, mantecados, helados con forma de oso o politos de colores.
¿Quedan? Me refiero a que si quedan heladeros como estos y si la juventud de ahora sabe de nosotras las pamelas, sombreros volátiles dijo Eduvigis Flo ¿Recuerdas?

Vi a Eduvigis poco antes de regresar a casa, suspendido, como yo, de una corriente aérea. Él, sin embargo, no parecía flotar dignamente como intentaba una servidora, se resistía heroicamente (he de decir) al capricho de las ventoleras y a las otras hijas del temporal.
Le pude ver intentando agarrarse, como panamá que era, a arbustos, a espartos y cañizos que, secos como él, se batían ante la desesperación de la tormenta.
Le perdí de vista cuando se quebró la última palma y partió con dos monteras y un tirolés con pluma.
Supongo, como es lógico de suponer, que andará perdido, como emigrado tropical que es, a la búsqueda de su doble función de sombrero y abanico.

Ya ves Nemesia: yo lo he conseguido, lo de regresar al hogar, me refiero. Pero me abato. Tan tristes y desaventajados se encuentran mis primos y hermanos, que ya casi me veo de nuevo volando por ahí, en su ayuda solidaria o en la boca sarnosa de un perro, chafada en un charco o en el asiento trasero de un coche.

No lo permitas Nemesia, no dejes que me vaya de nuevo. Sé que soy una sentimental y que ha sido mi antigua voluntad de servirte la que me ha hecho regresar a casa, a servirte y a estar contigo.

También sé que quizás debería ya inexistir, y ya va siendo hora, flotar mi alma en las partículas ya desmembradas de mis fibras inconexas, pamela inexistente, inexacta, inexpresiva.

Muerta ya como conceptual sombrerito protector de cabezas y de ideas, compañera graciosa de carnavales y acontecimientos al aire libre, de bailes y meriendas, receptáculo de guantes blancos, compañera de sombrillas de pomo con cara de galgo.

Soy lo que queda de mí, querida Nemesia.

Me gustaría, por otra parte, que un día te levantaras, que rociaras con alcohol las casposas zapatillas y que les pegaras fuego, ya sabes que las odio y mientras ardieran en la galería o en el balcón, te colocaras de nuevo el corpiño, las puntillas y tu vestido rosa y saliéramos como nunca de paseo al parque y al teatro de marionetas.

Te llevaría al lago a ver los patos y los peces y, si te decidieras, podríamos decir juntas adiós a todo, a los vientos ególatras y a la jodida televisión.

Desde arriba del puente, con dignidad y soltura.





Conversación entre los personajes Nemesia e Hildegarda. Extracto de "La tina de aguardiente" Corral de comedias. Almagro 1929

-Un galguero es un ser humano, hija mía.

La profesión no hace al galgo y sí al galguero.
Ahorcar al perro es una canallada, cariño.

Un taxidermista también es un ser humano, mejor dicho, lo era, hasta que se estigmatizó, se descompuso e hizo de su mano un injerto.

En ese vulgar e infraetereo crepúsculo anular de los espacios, donde el profesional de la plástica recomposición de cadáveres ejerce sus oficios, las almas de los bichos escapan aturdidas y se funden en la diadema de las auroras boreales.

¿Entiendes esto que te digo?

-Creo que sí, mamá.

-Se van en taxi, algunas, otras en cuadrúpedo, las más listas huyen por las nubes.Pero no importa el hecho por sí mismo, y sí la causa que las empuja a hacerlo.

¿Es esa extraña pulsión de perpetuidad la que les obliga a irse, o es la tozuda costumbre de substraerse de su confín corpóreo?

¿No será más adecuado creerlas inmortales y verlas deambular en carrozas de insomnio como a espectros de antepasados aburridos?

-No sé mamá, a veces sueño.

-No comas tanta carne Nemesia y no tendrás esas pesadillas.

-Es que sueño con bacalaos, mamá...

-Dime ¿No serán sus almas zoomórficas de fondo culinario más espesas que las propias de los bípedos rosados?
¿Qué desmerece más, un fantasma del siglo XIX o el de un pollo a l’ast en una sobremesa de domingo?

-Hazme un plano de cómo se rellena un ciervo de paja y dime como se le aplican los ojos de cristal, mamá.

-A dormir, Nemesia.

AMANTE GRIS EVOCA A HILDEGARDA. Recopilación y corrección de estilo a cargo del Dr. Lucio Anneo Lamela Concha. Barcelona, junio 2001

Si supiera de prólogos, comenzaría por levantar los puntales que siempre precisan los prólogos, para que ellos mismos fueran prólogos que sustentaran prólogos.

Puentes de barro de todas las orillas.

Puentes, aljibes, linternas, torres de las horas.
Memoria de barcas nocturnas bordeando acantilados. Ladridos de niebla lejanos.

Hilván suspendido de una extensión irreal o imaginada.

Comenzar sería fácil.
Anunciaría chimeneas y cocinas huecas, estériles de fuegos, crisoles o humaredas, hijas del sur salino que seca lo pequeño, lo sencillo, lo triste.

O fondos panorámicos de corales arrasados.
O cuencas vacías de seres náufragos.

Barcos ardiendo en batallas cotidianas.
Peces enjutos colgando de los palos.
Madera blanca o negra batiéndose en las rocas.

Sal, que no Mar.
Cenizas, que no Fuego.
Saliva, que no Vida.

Si no son, nunca fueron.

Mil prólogos anuncian las tormentas.
Uno sólo las desencadena.

¿Escribiría así de amor? ¿De soledad? ¿De ideas nuestras?

Si me dieras los textos propios de una vida, con su argumento, sin adornos, sería yo mismo capaz de inventarme huidas, hierros, oleajes, o intercalar disidencias con platos y con risas. Muestrario desquiciado de una vida carente de emociones, paralela al tiempo, con incremento cero.

Si no dispusieras de nada tangible, asumiría el riesgo y extendería el tapete azul del escenario muerto.
Tensaría cuerdas, y alambraría el juramento y la tarima, y el arrojo capaz en la intemperie hacia la arboladura de las perchas incandescentes.
Valiente entonces, y aún después derrotado, sin saberlo, flotando hacia ese vivir viscoso de párpados pesados, de brazos pesados (entusiasta lento e impertinente).

Si de pronto adivinara que queda aún algo de aquello que me diste, me alzaría, volvería a pasear el muelle de tu huida, y a aventar tus trapos, y a destramar tus redes.
Cavaría con cuidado hasta encontrarlo, pues sería mucho lo que ignoré en la escollera del grito y del humo negro.

Quizás fue cierto y hubo algo: Otro día escarbé sin muchas ganas, pues soñé que regresabas al principio sin haberte ido nunca, para marcharte entonces nuevamente sin mí, y regresar y marchar en un bucle insoportable.

Así construiría el prólogo de nuestra posible historia, de nuestro No lineal de navegar contra corriente, de ese nexo virtualmente amable u homicida, anudado al fruto híbrido de un árbol fósil, abismal y falso, abrasado por la sal y por tu ausencia.

De pie frente a la línea del horizonte y de lo irónico, seguiré las estelas que me lleven de nuevo a ese perímetro, a esa deriva concéntrica que es el limbo azul de las mentiras piadosas.

9.24.2007

Triste historia del Perro Belisario. Contraportada de la revista satírica "El Ñu" once de septiembre 1983. Holofernes Cuadrumán

Belisario volvió a comer del cazo.

Era la tercera vez que le advertían y él no pareció comprender.
Resignado se echó en su rincón.

Belisario no era un perro corriente, no, no lo era, aun cuando su conducta en los últimos meses se había vuelto más tranquila, algo taciturna y esquiva, sedentaria se podría decir.

Belisario, aparte de lanudo y asimétrico (de orejas sobre todo) siempre fue un perro insólito, perifrástico, un galgo alienígena que tan pronto permanecía un día entero de pie, parado en sus patas traseras, como que se liaba un cigarro y se lo fumaba tan campante.

En un principio, su dueña, la joven Nemesia María Morató, profesaba por el chucho una devoción rayana a lo absurdo, una filia maternal extrañamente admirativa; un compendio de comportamientos alterados que, siendo ridículos, no dejaban de parecer penosos, grotescos, enfermizos. Se empeñaba la buena chica en que el tuso aprendiera a escribir, ya que él mismo parecía querer comunicarse en todo momento, utilizando ladridos, aullidos y todo tipo de expresiones foneticocaninas, sin éxito aparente.

Alrededor del nucleado Belisario hizo girar toda su vida cotidiana la amante señorita: las largas veladas, los festivos, las vacaciones. Figúrese el lector, un perro con coeficiente intelectual y todo.
El cánido fue en otro tiempo, eso sí lo tuvo, un precioso cachorrillo de suave pelaje, de conducta juguetona y cariñosa que complacía a su propietaria y que la hacía sentirse prendada por el pequeño animal.

Belisario, no obstante y como se ha comentado, no tardó en crecer.

Al segundo año dejó de observar sus tareas académicas y se le manifestaron las prolongaciones de aquella conducta de perro falderillo y consentido, comenzando a a desarrollar por aquel entonces unos hábitos perrunos algo molestos, naturales, aunque nada sorprendentes.

Si por un lado estaba perfectamente educado en lo referente al control de sus deposiciones y estas las realizaba siempre en el mismo parque infantil y a las mismas horas, había algo de su comportamiento en el aspecto sexual que llamaba poderosamente la atención.
Belisario era un ser arrebatado por Eros en el sentido menos templado de la expresión. Se le veía extremado y vigoroso en ese campo, y se mostraba excitado y dispuesto a la cópula en cualquiera que fuera el momento y el lugar.

Su partenaire favorita, como todo el mundo observaba con asombro, a veces con deleite, otras con cubazos de agua, era una solemne perra de muy largas patas y melenas que se desahogaba en el mismo parque que él mismo, con diferentes mecanismos, aunque nunca simultáneamente.

El entusiasta de Beli, en su afanoso obrar y sin ambages, no hacía ascos ni ignorancias a ningún tipo de ser cuadrúpedo que por aquel sitio circulara, rondara o hiciera traviesa, además de alguna pierna humana, claro está.
En estas abandonó definitivamente los ejercicios que a diario practicaba, llámese matemáticas para gorilas, dicción, gramática, teatro chino, mimo y pantomima, tango, etc...

En aquella babilonia para perros donde Beli se relajaba de la insistencia cultural de Nemesia, rivales perrunos marcaban sus correspondientes territorios con la micción oportuna al soporte en cuestión, delimitando espacios e intenciones ante las supuestas injerencias de otroriedades perrunas. Esto último, siendo cosa importante para nuestro galán, facultaba que el amigo manifestara su intransigencia más estricta.
Quizás por esta jefatura de macho alfa, y durante un tiempo, Beli fue un campeón, y no uno cualquiera ; se podría suponer que uno hace referencia a aquellos que siempre pendencian con los más pequeños y que a los de su tamaño enseñan simplemente los dientes, no, al contrario. Nuestro protagonista era un camorrista de tomo y lomo, un bravucón que no permitía que ningún otro bicho se acercara a su coso de promiscuidad canina ni a su teatro griego de operaciones.

Aquello tenía que acabar.

Sucedió que un día, tan ufano y vigilante paseaba Belisario por el parque en cuestión que nada presintió cuando, tras un hombrecillo gris de ralo cabello y costillar marcado, apareció un gigantesco perro albino con collar de pinchos llamado Turco (el perro), con aspecto ausente, ignorante, indiferente. Esta tríada de apariencia inofensiva se le manifestaba a cada paso y tras las tímidas órdenes que el pequeño hombrecín, es decir su amo (el del Turco), se empeñaba en manifestar.
Los que lo vieron aseguran que con una parsimonia ajena al mundo animal, el ya definido Turco, comenzó a olfatear las cagarrutas y micciones que a cientos había por aquella explanada, como aquel que busca algo sin saber a ciencia cierta el qué.
Mientras sucedía esto, seguramente incontables cosas más, Beli, ojo avizor, tieso y a la carrera se aprestó a identificar al recién llegado.

El impávido Turco, que de hechuras, peso y planta rondaba las de un mastín hiperdesarrollado, correspondió y fue a curiosear en el equidistante apéndice de Belisario en el que nuestro protagonista se mostraba tan interesado, aun no siendo el suyo propio.

Qué mal día para el pobre Beli.

Fue ahí, en ese lugar y en el sitio justo, donde el indiferente perro, con su estampa glacial, impasible, propinó una silenciosa, precisa y tremenda dentellada dejando a nuestro Belisario como le han conocido al principio del relato.

Ahora duerme en el patio trasero, lee algo, pero no mucho, y la rigurosa señorita Nemesia se ha agenciado un loro.

Carta de amor a Nemesia encontrada entre las hojas de "La musa poética". Biblioteca municipal. Palencia 14 de enero de 1947

Querida Nemesia:

Sabré de ti ahora que te pienso.
Nemesia salvaje, amante pastoril y perversa.

Si regresar se me hace cada día más difícil, no por ello dejaré de imaginarte como la víscera latente que fuiste, y volveré a verte como la disciplina oriental de la que nunca debí separarme.

Aunque supe de ti en los barrizales y te amé también en ellos, Nemesia: que poco me besaste, cuánto me diste y me quitaste, que contradictoria fue tu forma de tratarme.
Tampoco deberé culparte, a pesar de dolerme el modo que tuviste de abandonarme.

Caí, como bien recuerdas, después de nuestra desigual ternura (tumbados en la playa, volando las ciénagas o los acantilados) hasta el tatami mortal de nuestra indiferencia.

Hubo golpes, lunas y ecos de lunas, cadáveres, ejes de regiones inexploradas, árboles mínimos (todos girando imparables).

Tu piel indómita se cuarteó en mi recuerdo como el barro de mis campos y no pude más que amarte, que imaginarte con el sudor de la lucha y del amarnos de siempre. Nemesia fluvial y encañizada.

Privado de ti dejé los gimnasios, los lirios, la familia.
Corrí de nuevo los fangales como aturdido y caminé las aceras descalzo.

Comí de una mano.
Dormí en el suelo de una casa. (...amansé halcones, segué campos, vendí cocos, aparqué coches, merqué chatarras...)

Amé por ti a la misma turista que tú conociste en los portales del verano, de la calle y la fiesta.
También la vi engordar y después irse.

Nemesia: mi naufragio es Ahora.
En las saunas perdidas de la adolescencia, en las largas charlas (ya nunca) de alcohol y risas; en el rumbear por donde no crecía la hierba.

Sólo recuerdo el licor tan dulce que destiló tu vientre y lo amargo que fue el último abrazo con aquel olor nuestro.

Qué te diría que aún no supieras.
Cómo acallar de nuevo tu tormento.

Si me esperaras vendría (volveré de todas formas) a tu ejercicio, a que cribaras mis chinas, mis palabras, y me colmaras de pólvora la garganta.

Comienzo mi regreso a ti, Nemesia, a tu provincia, a tu abrazo asiático irascible, imperturbable, paritario y cruel como la propia vida.

Jeque Amin ab-d'alah Jusuf Ferenández

Elegía al tercer marido de Nemesia. Documento aportado por el sacerdote Batusi José Luis Pérez Madariaga. Reus-Okabongo 1988.

Recuerdo a Melitón ahora que de nada me sirve.

Le recuerdo, que no es mucho decir, no por el hecho en sí, fruto quizás de una voluntad impuesta, sino designio de casualidad de arquero-palomero. Le recuerdo, digo, y es por eso que paso a retratarle.

Melitón era, aun a favor de su opinión, negro, de color y de alma (como luego se supo), concordancia que para los tiempos que corren ya no resulta extraña ni atrayente, mucho menos exótica. Era de ese color oscuro, pero no del que cualquier lúcido lector querrá o podrá suponer: negro abisinio, moreno oscuro, ni biafreño, ni nubio, ni nada.
Melitón era negro azabache, pero retinto, impenetrable, de los negros color teléfono que de tan foscos parecen culo de sartén.

Quizás lo peyorativo pudo parecerle un día, a sí mismo y a su nutrida y concurrente afición de afro-voluntarios, el fruto de muchas y encontradas energías y de negras y malversadas intenciones.
Diremos que el agravio a su persona, al margen de otras muchas cosas, le resbalaba, le pasaba de largo, y si conseguía rozarle, cosa casi imposible, salía indemne, impoluto, inmaculado.

Decirle negro a secas sería efectivamente un insulto, al margen de una realidad, quizás una injuria, por lo sucinto y evidente, aunque si de ofendidos anda el mundo lleno, gozando Melitón siempre de muchos y muy variopintos enemigos, lo resbaladizo de su conformada moralidad facilitaba que le diera tres cuartos que le llamaran negro, automóvil o palíndromo.

Melitón no era de aquellos negros revolucionarios que, después de la intervención de la moral colonizadora de la vieja Europa, con sus contradictorios compendios, hiciera exploración moral alguna de sí mismo, ni balance de su ego, ni contrición, antes al contrario.
El negro Melitón era plano, sonreía..., sonreía mucho la verdad. Mostraba a cada rato su dentadura de marfil de dominó, de teclado de piano y de cáscara bruñida de huevo de avestruz.
Le gustaba ser negro (¡Qué carallo! decía él) y parecía disfrutar con ello.

Sonreía, era feliz, bailaba. Tocaba bien su saxo y el ukelele, y hacía sus pinitos con la txalaparta, la gaita y en el difícil arte del toque de almirez.

El negrazo Melitón tenía sólo un defecto, al margen de considerar que era negro, aunque él nunca lo apreciara, suponiendo que ser negro sea un defecto y cosa que también resulta contradictoria, pensando mayormente que lo parieron en Ginebra (Suiza) y que sus padres eran gallegos de Orense y rubios, aunque no albinos.
Tenía ese otro defecto que digo y que intentaré definir diciendo que era un enamorado de las personas bajitas, que perdía el oremus por las señoras de corta estatura, vamos, casi tanto como lo hiciera otro afroamericano del que he olvidado el nombre, y que al contrario de nuestro protagonista no era negro, aunque tuviera innumerables y poco simpáticas pecas, ronchas y lunares, complementarios en sí mismos aunque nada definitorios en origen ni cometido.

Así que, avanzando en el retrato del prieto Melitón , y para que nadie pueda entrever en él segundas intenciones, diremos que este gran negro en todo momento se mostró sensible, algo rudo, extremadamente animoso, aunque sincero y de muy noble carácter.
Siempre fue así, como digo, hasta que contrajo matrimonio con una tal Nemesia Morató en el año 65.

Pero este resumen del yo del negro Melitón no es fruto de la estadística o de sumar el monto de sus negros días y establecer la media, pues, como se comentará, esto no respondería a la verdad si no se explicara algo de lo acaecido semana y media antes de que dejara este mundo.

Si luego está bien lo que bien acaba, el final del bueno e insólito negrón no supuso confirmación a la regla, más bien al revés. Su extraña muerte, al margen de lo mucho que se explayó la prensa, aun no ha sido del todo esclarecida: somos muchos los que tenemos nuestras sospechas, aunque otros no quieran ni recordarlo.

Sucede que el tremendo negro, en esos diez días y medio, comenzó a pasear sus más de siete pies de altura y sus muchas libras desde el club donde le daba a la cornamusa en la Diagonal de Barcelona hasta su hogar del bajo Llobregat bien entrada la madrugada. Supimos, los otros negros voluntarios (esta vez), lo mucho que caviló y se devanó los sesos en esos paseos, a la búsqueda, fundamentalmente, de una explicación a su insólita tonalidad epidérmica. Si bien su pellejo, como se ha comentado, era extremadamente oscuro y llamaba la atención de todos, parece ser (¡Qué caramba! era cierto) que desteñía y acababa por untarlo todo, desde camisas a toallas, pasando por bocadillos, instrumentos y todo tipo de utilería.

Melitón, como se ha informado, caminaba mucho, sudaba su negrura y a menudo hasta tomaba frío.
Las últimas fiebres que tuvo, las que le condujeron al terrible desenlace, fueron, al margen de ineludibles, concluyentes pero categóricas: Debajo del Pedazo de negro de Melitón se escondía otra persona, como si de una mesa camilla imaginaria se tratara o de un voluntarioso transportista-torerista a cuello. Melitón ocultaba a alguien es sí mismo, oiga.

Alguien dijo que de su pelo ensortijado en una ocasión surgió una raíz rubia y lacia, casi con mala leche, dejando en evidencia unos misteriosos ancestros del negrón, convicción que al día siguiente se evaporó dejando a todo quisque con cara de póquer y en la arbitraria sospecha de que otro pugnaba por salir a la luz desde el interior de tan tremendo ser.

La fecha del fatídico desenlace aun fue peor. Los que lo vieron aseguran que entre siete tuvieron que tirarle al estanque del parque de la Marquesa para que se refrescara (tenía una fiebre insoportable) siendo entonces cuando ese otro, del que se ha hecho mención, se hizo presente.

Si bien establecer con rigor un resumen argumental de aquellos momentos resultaría imposible, ya que los que lo presenciaron nunca se han puesto de acuerdo (eran sus amigos negros voluntarios, estaban preocupados por su salud y venían siguiéndole a diario) resulta que al tirarle a la sucia piscina, cosa a la que se resistió con fuerza, a veces con encono, y verle flotar boca abajo en ella destintándose en un nimbo de témpera negra, algunos dijeron Titanlux (otros betún), supuso para su club de fans el más dramático de los fraudes además de la decepción más absoluta.

Hubo hasta quien explicó que del estanque salieron dos personas, un negro vaporoso por un lado, levitando y repartiendo sonrisas a diestro y siniestro, y por el otro lado el cadáver hinchado y blancuzco del hijo suizo que nunca quiso ser.

La tos y la noche. Introducción al ensayo "Reflexiones de un Brigadier" Celestí Ortega Moraleda. Convento de las Mojamas Chauen-Marruecos. Agosto 1991

El único hecho irrefutable en estas últimas semanas es que tengo tos.
Lo demás, como poco, es discutible.
Sobre todo me refiero a lo de la fiebre ¿Qué son unas décimas?
Además no conozco cuál es mi temperatura basal, ni mucho menos cual es el linde de la fiebre, la destemplanza, la febrícula o la calentura.

Lo de la tos es irrebatible.

Otra cosa, por ejemplo la dolencia de mi espalda, es relativa.
El padecimiento es tan propio e incomparable que uno ignora dónde comienza y a partir de que momento crece, mengua, muta o resulta insoportable. Por otra parte, lo gradual no se me dio nunca muy bien, mucho menos las mediciones.

La tos no ofrece dudas, está ahí.

Me asedia durante el día en docenas de escaramuzas que soporto manifestando un tono orgánico gallardo y altanero, como diría sor Társila,...a lo héroe americano.

En mis nocturnas es cuando viene lo peor.
(Sonámbulo, noctívago ser que soy y que me muestro)

Lo llevo mal, lo reconozco.

Si me viera la pobre monja a las cuatro de la mañana, untado de linimento, con el pañuelo al cuello, envuelto en la bata y en las sábanas, no podría más que emitir aquel quejido lastimero con el que me animaba en los insulsos años de la niñez.

-¡Ay Celestino! ¡Qué poquita cosa eres!

Toso. Toso y toso. A menudo carraspeo, gargareo, gorgoriteo.

Mi tos, aunque parezca increíble, no es una: son varias, contrapuestas, complementarias, como piezas de un puzzle pulmonar, visceral y latente.

A veces pienso que cada una de estas toses corresponde a malestares heterogéneos de un sinvivir erróneo y mesotrófico, y que se van turnando una detrás de otra para identificarse.

La más aguda, que es la Asidua, es entrefina y larga, como una risa incontenible y homicida que me vacía por completo los pulmones y juega a impedirme tomar aire. Me estira los bronquios con un punto egoísta y nicotínico, alquitránico, resinoso, plenipotenciario.

La otra, la más informal -lo digo porqué no avisa-, se alambica con unos ecos respiratorios de cavidades acuáticas, cavernosas, como si de un pre-afinar de barítono se tratara, naufrago de grisú teatral y silicosis, como en un ejercicio pleurásico modular y perruno. Me contrae, me expone al mundo, mejor dicho: me lo muestra mientras se me cierra en un diafragmático laminado de imágenes borrosas de contornos disminuyentes.

La tos más excéntrica que atesoro y administro también surge de mí. Mientras, parece un galope de corceles y dromedarios entremezclados, con golpes de cascos y pezuñas aleatorios. Alocada tos la llamo. Corre entrañas arriba revelándose como una tos neumónica y corporativa, a la vez que juguetona y mansa. La relaciono con mi afición a los hipódromos y con mi falta de tino en lo referente al atuendo. Siempre se me olvida el paraguas, a veces los guantes, a menudo la bufanda.

Hay más, lo juro.

Pondré un ejemplo: la Percutida. Esta la he definido así porque me recuerda al sonido medular de una caja china, al de ese instrumento filarmónico o infantil cuando se le golpea con un palitroque acolchado, mejor dicho: como si se derramara encima de dos viejas cajas chinas bolsas enteras de pelotas de fieltro, de paddel o de tenis.
Esta serie de espasmódicas sacudidas me ensarta de modo transversal y se empeña en desplazarse de lado a lado de la caja torácica, haciéndome exteriorizar ese sonido compacto aunque estéril, ajeno a toda melodía, ritmo y sustancia creativa.

Está la perifrástica. La meteorológica (por lo de las nubes de evolución diurna) Tengo la tropical, la hospitalaria, la del Beri-beri. También dispongo a veces de la Griposo-productiva, de la Aparentada y seca, o de la Político-social.

Tengo en mí un catálogo, lo reconozco.

Toso, toso mucho.
En ocasiones las diferentes toses se interseccionan, parecen asediarse.
Se hurgan, se provocan y riñen entre ellas.

Toman territorios, establecen campamentos.
Algunas se alteran y se muestran en su máximo esplendor; otras, sin embargo, acuden al combate por la espalda, con disimulo, en voz baja, yo diría que sólo para que no se las ignore.
En fin: un mundo complejo de expresiones alveolares donde la libertad que siempre les ofrezco no concuerda con el mínimo decoro que sería exigible a una toses ajenas en un cuerpo impropio.

Calidad tienen, voluntad también, es por eso que no acierto a controlarlas, a hacerlas comprender.
Lo he intentado meditando, haciéndome interior de mí mismo en unas inspecciones plúmbeas de soliloquios médicos, clínicos muchas veces.
Lo he pretendido con prácticas ancestrales de pueblos primitivos, con hierbas y con danzas.
Con drogas, con ponzoñas.

¡Qué decir de estos fracasos!
¡Qué no decir de las muchas noches en vela, o de las emisoras de radio, o de las novelas arrugadas! (Estoy jubilado, afortunadamente)

Con un caudal imprevisible aunque yermo, ha surgido una que parece oficiar de árbitro (de mal carácter, ¡qué caramba!) una tos seca de tos seca, rotunda, de un cuajo ciclópeo y severo que acaba por imponerse a todas sin paliativos.

Es en la que más confío y la animo a enseñorearse y a hacerse respetar. Es fuerte. Me arrastra tegumentos, glándulas y secreciones, pero eso aún no importa. Creo (más bien tengo la esperanza) que lo que va a fundamentar mi mejoría es dejar que esta tos gobernadora sea la preponderante, la que obligue a las otras a emigrar o sucumbir, o por lo menos a comportarse.

Cualquier día se marchan todas en cadena y puedo volver a mis aficiones futbolísticas (como expectorador), a las carreras, y a ver llover desde el mar en su orilla.

YO CONOCÍ A NEMESIA (anónimo) Encontrado en la caravana de "Lutis" bailarín o boy. Teatro Chino de Manolita Chen. Valencia,1969

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Amé a una mujer naranja.

El ímpetu estival de una noche de fiesta nos condujo al perímetro de un cementerio a consolidar nuestras recientes e irrefrenables ansias de contacto.

Su color era de naranja, su piel era de naranja y casi todo en ella parecía ser de ese etimológico origen: paralelepípedo, valenciano...
Aquel yo suyo, al mismo tiempo, se desgajaba en un acariciante rodar por las llanuras, mientras este devoto reptaba besándole los meñiques y sus suaves pisadas de mujer libre y altruista.

Alguien dirá que aunque desentonara en algo su fragancia, de ella podía extraerse toda reminiscencia levantina, pues, aun sin ser ésta el fruto (propiamente) ya comentado, no acometía las narices de modo muy disímil: vital y en naturaleza, la mujer era toda cítrica, aunque nada cáustica ni abrasiva.

A mandarina, olía a mandarina, a jalea de mandarina joven, a mandarina niña.

Su cuerpo toronjil emanaba además un sutil y dulce amalgamario de ecos saponíferos y párvulos, golosinos, mermelados (entre italianos y orientales), que proveía a mi frugal persona de la pectina impermeable que andaba precisando desde aquellos entupidos sábados en el salón de baile de chicas taxi.

La mujer naranja no tenía una pega.

Además, su noble y balsámica belleza hacía acopio de muchos y nuevos efluvios narangélicos cada vez que se movía (no poco, ciertamente), esparciéndolos desde todas y cada una de sus glándulas sudoríparas y de las otras.
Lo melifluo de aquella expiación seráfica nos vaporizaba con vahos divinos (a Dios gracias) tras cada retozo por los agrestes muladares en los que fuimos a dar con nuestra efervescencia.

Flotábamos, éramos etéreos, evanescentes, como burbujitas de un Calisay con sifón imaginario y positivo donde los átomos estaban predispuestos a un contacto metafísicamente perfecto, volador y valiente.

La mujer naranja era así: te elevaba.

Por eso, y mientras duró lo nuestro, anduve a mis anchas. Floté a mis anchas.
Admito, ante todo aquel que no me conozca, que uno no ha tocado el cielo nunca así a la primera. También debería, quizás por ello, recalcar alguna de las tristes calificaciones que con denuesto alguna de mis antiguas amantes me otorgó en su día. De reptil me catalogaron en sus consensos.

Nemesia, que así se llamaba la ambarina dama, me salvó.
Me llevó en volandas desde aquella tapia de soledad antigua hasta un círculo polar enamorado, extracto disoluto en una pompa de jabón anaranjado.

-Nemesia...
¡Qué bien te recuerdo! ¡Qué cariñosa eras!

Me gustaría hablarte de nuevo en un tú a tú, en un bis a bis, en un tête a tête.
Flying away, Nemesia... walking around...

La chica naranja era sana y buena.

En los muchos postcoitums bizantinos de nuestra única noche, fumó. Fumó y me habló de su novio sastre y de su novio fontanero; de unos amigos húngaros y de un policía judicial,...de su chinchilla.

Su clementina voz se elevó en una pavesa de tabaco rubio incinerado hacia el satélite libertario (no pautado) de un crepúsculo amoroso y convergente, recortado sobre mi flácido perfil de alma agria y astringente.

Cabalgó con panorámica dulzura paisajes y realidades.
Cantó y dijo haberlo hecho antes.

¡Qué sorpresa fuiste en mitad del camino, Nemesia!

Bailó para mí (y hasta hizo el pino) y poco después me cubrió de flores de azahar.

Me besó.
Se fue.

Nemesia.

EL EQUIPO DE RIDEEL &CO. PRECISA DE SU COLABORACIÓN

Cualquier noticia, o aproximación a la identidad de doña Nemesia Morató Xirgu, será bien recibida.
Sus posibles herederos sabrán agradecérselo.
Se ha establecido una recompensa de la que se dará mayor información en su momento.
A todo aquel que sepa dar algún dato sobre Nemesia o esclarecer las relaciones que gota a gota van desgranándose a través de este medio, la familia Van-Gaal Morató ofrecerá su merecida compensación.

(Muy importante: Necesitamos fotografías de la señora Morató de la que se pudiera disponer, ya que, incomprensiblemente, a día de hoy no contamos con ninguna. De manera un tanto ilógica, han desaparecido inclusive del registro del Documento nacional de identidad.)

Escrito atribuido a la señora N.Morató. Cajón de una mesilla, Chamarilero, Ponferrada, 19/08/04.




Me siento abotargada, y creo que no es por otra causa que por la costumbre que estoy adquiriendo de hacer balance de todos y cada uno de mis actos. A pesar de ello, valoro como positivo este antojo mío de juzgar cualquier cosa, aunque tenga que verme como me veo y sentirme de esta manera. Podrá parecer que todo viene derivado desde el cono de deyección de mi cascada natural de persona uniforme y objetiva, no carente de pesimismos profundos ni ausente de las más elementales virtudes teologales, cardinales, dones y frutos del espíritu.Disiento, no obstante, mientras que me reafirmo en lo mío, sin dejar de calificar esta manía persecutoria como fruto escuálido de una moralidad impuesta, a la vez que la veo desde lejos con la rigidez de aquella que ha sido educada dentro de camisas de franela y de batas escolares dos tallas menores. Es por esto, y por algunas otras cuestiones, que he decidido calificar mi aproximación al sintagma gramatical “Resentimiento” como el delta lógico de una vida fútil e inservible, afluente, a la vez, de vidas principales y rierilla de un acueducto-gravamen de progenitores impositivos y totalitarios, mientras que de puentes desorientados y ausentes. De nada sirvieron las revisiones periódicas de mis expedientes realizadas con inquina zorruna por las hermanas (mitad a madres mitad monjas) de la fluida congregación de Santa Brunilda. De nada sirvieron, digo, pero me reafirmo en la naturalidad que, años después, he podido valorar en sus plegarias. Si bien papá y mamá me ignoraron todo lo que pudieron, mientras viajaban por los países más recónditos a la búsqueda de objetos arqueológicos relacionados con el germen de vida extraterrestre en nuestro planeta (cosa que no viene a cuento en este resumen), ellos mismos hicieron que otros estamentos instructivos, y por qué no decirlo: docentes, se cebaran con mi persona (y experimentaran con ella) haciendo uso del catálogo de las técnicas pedagógicas misioneras más avanzadas, mientras que desempolvaban algunas otras tardo-medievales. He de reconocer, por otra parte, haciendo de nuevo alarde de mi obcecación y manía de ser la jueza de mi vida, que si bien la voluntad de las misioneras y voluntarias fue siempre la de orientarme hacia la sumisión y el recato, mi tozudez opuso a sus prácticas una férrea resistencia a la vez que una inoperancia y un sufrimiento sin medida. Esa negación a dejarme llevar sin sentido, “Impermeable Mula” me llamó Sor Társila, facultó que me dieran por imposible a la vez que me ofrecieran como alternativa una serie de ocupaciones relacionadas con la limpieza de las letrinas, las jaulas de las pulardas y el laboratorio de química. Fue ahí donde purgué mis pecados de alumna indisciplinada y obtusa, según ellas, a la vez que yo misma ejercía de profesora mía, mientras que de compañera, colega y amiga invisible. La cuestión es que el paso del tiempo, y el uso abusivo de determinadas substancias, me ha hecho olvidar el monto de aquellos infaustos años de aprendizaje y clausura, mientras que, incomprensiblemente, ha acrecentado esta indiscriminada inclinación mía hacia el Resentimiento. Lo porcentual de lo uno nos lleva a lo otro y viceversa, mientras que es directamente proporcional, el incremento del sentimiento puro este, al declive memorístico que de lo concreto y vivido recuerdo.Lo que no he dejado ni por un momento de chirriar como el eje vertebrador de mi estúpida infancia, ha sido la vara de mimbre con la que Sor Társila intentaba en todo momento hacerme comprender, también según ella, la verdad que había en sus palabras y en lo mucho que mi mente oxidada desconocía del mundo exterior. La tarde en que desapareció dentro de la tina de ácido sulfúrico fue la más feliz de mi vida, al margen, claro está, de la que vi aterrizar a papá y a mamá en un platillo volante con aspecto de taxi para rescatarme y partir todos juntos hacia el asteroide imaginario QWERTY, aunque después me abandonaran allí a merced de otras alienígenas también con túnicas y proclives sin mesura a innumerables ritos y ceremoniales relacionados con rezos y guisos de remolachas hervidas.Volviendo a lo incongruente de mi vida vivida, no podré olvidar mi tránsito por hospicios, lupanares, estaciones orbitales ni cotolengos. Resultaría ahora conveniente hacer uso de una capacidad de valoración superior de la que dispongo, como para poder transmitir al lector cuales fueron y de qué manera obraron en mi persona aquellos periplos sin límite por biohábitats tan dispares. Si pudiera endilgarles mejor mi condición narrativa, explicaría de qué manera y cómo huí, caí presa, realicé conferencias, fui asistente teatral e incluso hice un curso de cocina japonesa. No quisiera evaluar este compendio de excentricidades lúdicas como el lógico flujo magmático y purulento en el que ha desembocado mi existencia. No.No muero aquí, aunque muchos lo quisieran; mi vida debe avanzar progresando hacia adelante, mientras que observo el modo en que yo misma me retracto de mis críticas a la vez que me reafirmo en mis valoraciones. Salgo a comprarme unas medias.