Penúltima toma.
En plano reducido, unas manos desenroscan lentamente la cápsula de una vieja Conklin. Al comprobar que está seca, la estilográfica vuela hasta estrellarse contra la pared seguida en ese vuelo elíptico por la atención y la pericia del cameramen de turno.
A continuación, el ojo del espectador gira oblicuamente en ese espacio 180 grados para colocarse en plano cenital y para observar como una anciana pone las manos llanas sobre la mesa, irguiéndose en una respiración consciente y emitiendo al mismo tiempo un sonido agudo, nervioso y sincopado, como conformando una ceremonia que al 96% del público asistente le parece parte de algún extraño aunque escueto ritual. (El otro 4% no ha opinado)
La señora ahora, sin mover nada más que el brazo derecho, busca en un bolsillo que hay en la bata de boatiné encarnada que cuelga del respaldo de su asiento. De tan gimnástico gesto obtiene premio en forma de bolígrafo, circunstancia que faculta que compruebe la operabilidad u operatividad del objeto sobre un papel blanco cuadriculado que hasta ese momento equidista en el centro del triángulo formado por sus dos manos y su nariz, para después comenzar lo que se cree su tarea con una velocidad y un fervor que al espectador (24 a 1) le parece encomiable, tratándose de una anciana de la edad que por su aspecto se le supone.
En el primer folio, que complementa en, aproximadamente, 28 segundos (uno de los espectadores insiste en que fueron treinta y cinco segundos y que nunca se indexan dígitos en una escritura seria) aparecen los dibujos y grafismos que han adornado su habitación estas dos últimas semanas. Se trata de los mismos caracteres de reminiscencias étnicas, hay quien dice mágicas (96%) o rúnicas, basados en objetos simétricos y alegóricos a la alfarería primitiva de determinadas culturas, aunque con detalles interiores zoomórficos o mitológicos, o ambas cosas en todos los casos según el 4% de los congregados.
El ojo del espectador ahora realiza un travelling diagonal (si puede llamarse así con propiedad) y se sitúa flotando espeso y lateral en la habitación, siendo que al poco, y en un zoom vertiginoso, llega a escasos centímetros de la comisura de los labios de la señora y observa con sorpresa como esboza una lacónica sonrisa.
Toma final.
La anciana acumula en la parte anterior de su escritorio un buen pliego de folios ya ultimados, hecho que se aprecia desde lo que parece un ángulo alejado de la habitación, en un meritorio y original escorzo, lo que proporciona a la señora un aire majestuoso o simplemente insólito, como de superioridad, viéndola como se la ve ante el conjunto de los papeles en un inesperado B&N (Blanco y negro) tonalidad que resulta sugerente para la gran mayoría, no valorando así el resto de la escena, ya que ésta se desarrolla en el mismo Eastman color granulado años 60 utilizado desde el principio, aunque ahora vira con lentitud hacia un trucaje erosivo y de cierta opacidad que satura la escena dándole ese aire abigarrado que desvirtúa, pero no demasiado(según el 96 %), el contenido.
Mientras que con esa tecnicidad, si puede llamarse así, el público observa tantas y tan lucidas emergencias del realizador, la señora apila el último folio con la parsimonia plúmbica de las palabras que pesan, como aseverando que a pesar de todo ya ha concluido , es más, certificando que por fin ha terminado, asertiva, con un cierto aire japonés (que dirán veinticuatro de los asistentes) como aquella que llega al final de un camino, o de un largo viaje y no ve más allá porque ese más allá no existe. Quizás, comenta también con aplomo ese impertintente 4 %, la señora vea ahora un acantilado, o un muro, o montañas de muertos o simplemente la Nada. Puede que no vea (en el sentido estricto) que también podría ser el caso, o que mire sin ver, o que le importe un bledo lo que suceda a continuación.
El genio de la lámpara funde a negro tras un poco original diafragma de dibujos animados.
El 96% aplaude.
La señora se levanta y saluda.
1 comentario:
Mirándolo bien todo esto parece una canalización cuyas palabras gestos y noticiarios vienen dados por seres a cuyo poder nos sometemos y de quien nada sabemos ni sabremos. Como bien apuntó Melquiades Sousa, poco antes de morir definitivamente, recuérdese que Roser, su hija lo dio por muerto en más de media docena de ocasiones, Nada es irremediablemente cierto y todo en sí mismo posee aristas, vértices y corolarios que se contradicen y lo hacen también ante todo aquel que quiera establecer tesis o sentar cátedra. Lo rígido nunca ha sido bien visto en la angosta y estrecha vía (sobre todo en España) de la experimentación, mucho menos en los laboratorios.
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