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Resulta cómico volver al lugar de donde vengo para partir de nuevo hacia este mismo sitio y retornar después para marchar luego.
Perdidos como medusas –vamos- transparentes a merced del flujo salado de un mar muerto. Vaharadas de luz y aire nos mueven en un perdurar espeso de aburrimiento y mentira. Ociosidad y vicio colman nuestras horas, mientras que la verdad trabaja y fuma y fuma y llora.
Espumas de crema se agolpan en los ríos. Arena fría. Cadáveres azules y blandos se mecen en las olas.
La mujer sigue paseando grave por la memoria absoluta de su historia, por los acantilados de una imprimación cerebral de proteína y nervio, sin querer derramar lo que ya no existe, sin comprender más allá del día a día.
Su juventud de hierba ya no es nada, y sus muchas muertes -sus renuncias- o, quién dirá lo contrario: su enfermedad de carne, no resiste en la intemperie de su sexo de niña.
Bueno fue saberlo antes de decirlo. Bueno fue, por ella y para ella.
Decir pan no tiene mérito, hacer pan, decir pan, comerlo.
Saber que hay palabras que se dicen y condenan, que arrastran tras de sí a océanos de aceite, a orugas y a gigantes, que matan, que ensordecen.
Me veo aquí y no soy yo, soy ella, soy su memoria.
Escribo mientras busco dónde está, dónde se encuentra.
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