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Siendo mi mente capaz de discernir entre verdades, media verdades y quizás algunas certidumbres, dio en ese momento razón de su capacidad y se mostró como pocas veces lo había hecho hasta entonces. Patentizando todo aquello que en largo periplo vital ella misma procesó, me refiero a: moral, juicio, albedrío y exaltación de la fe y, por qué no decirlo, a la fuerza del sino, opté en una décima de segundo por acercarme al chamarilero y esbozarle nuestras penalidades.
Lo hice prontamente y sin demasiados devaneos, haciendo útil mi formación académica (y alguna otra como bailarina), cosa que obligó a que el hombrecillo se cagara en mi madre y de paso en todos mis muertos. No siendo esta la causa por la que yo le correspondí, y aun haciéndolo con exabruptos y agravios de palabra y obra (cortes de manga y pedorretas básicamente), intenté con ello, a la vez que llamar su atención, darle noticia de que a pesar de administrar grandes conocimientos mi origen social era próximo al suyo.
Celebrando el profesional del saldo del descarte y de la mugre tan fraternal coincidencia, admitió que me retractara en lo de mercachifle y quincallero y con ello consintió que, tanto yo como mi joven acompañante, accediéramos a la parte posterior de su carromato y nos acomodáramos entre la variopinta mercancía. Por otra parte, imponiendo ésta (la ñocla) adjetivos distantes de lo ergonómico, el monto de tantas e inmundas cosas consiguió ciertamente importunarnos, pero no reprimirnos, Tomamos posiciones.
En otro acto de insustancial iniciativa, ya erigida yo misma como la catedrática del trío Calatayud, y viendo como la joven Teodora se disponía a mimetizarse con la basura, propuse al anciano trashumante que por una simbólica suma nos condujese a Gerona. Sin pensarlo dos veces accedió a la propuesta, no sin algún que otro rollo macabeo, estirando al alza lo económico.
Al no tener dinero alguno, objetos de valor, comida ni nada, preví la posibilidad de realizar el pago del viaje de un modo romántico y corporal (una vez llegadas a Gerona, no antes), de una forma alternativa, sin pretensiones, cosa que al presentirla deduje que le parecería bien al enclenque calé si le acompañaban las fuerzas.
No manifestando nada de esto por el momento, viendo que a su trayecto en poco o en nada le importaba variar el recorrido (Setenta kilómetros, ahí es nada) y supersticioso como parecía ser el canijo, pronunció las palabras “lagarto, lagarto”, y aceptó lo del viaje a cambio de no mencionar más la palabra Suerte.
Y ahora (disculpen), llegado el espacio temporal que en este artículo se hace tedioso, por aquello de que tardamos unas doce horas en llegar,siendo las tres y cuarto y cuando lo hicimos las cuatro de la mañana tocadas, Teodora se dispuso a dormir con la cabeza apoyada en una garrafa de aceite de ricino mientras yo me quitaba la peluca de pelo de muerto y acomodaba la mía en la carcasa de un obús arrobiñado.
Podría haberme dormido yo también, qui lo sá, quizás lo hice un rato, pero debido a que nunca puedo chafar la oreja si el sol de medio día se empeña en socarrarme la corteza craneal, me entretuve como pude: golondrinas, caracoles, puentes, valles, y viendo que la cosa no iba más allá, también lo hice (lo de entretennerme, digo) en realizar una sucinta sinopsis de las características de nuestro recién alquilado medio de transporte.
Al principio de este escrito consta un escueto catálogo referente a mis ocupaciones, estudios y aficiones. Deben recordar, si lo han leído, que lo que más me tira es el tema ufológico. Que de entre todo ello surge, como con descaro, todo aquello relacionado con el perdido continente de la Atlántida. Además, en la nemotécnica que mí misma intento fomentar debería estar escrita con letras de oro la palabra Bermudas, en concreto, triángulo de las Bermudas.
Pero a falta de modelo que a mi carboncillo oceánico diera mejor resulta, viendo lo que se nos venía encima y a modo de distracción pasajera, me propuse elaborar, y a ello me dispuse, el sumario de características que al carromato y a su contenido daba forma. Hay que fijarse en las cosas.
Comienzo. Si entre el Tigres y el Eufrates se desarrolló cultura alguna que en su culturalidad diseñó cosa circular que semejara una rueda, y siendo éste: invento que desde entonces ha constado en los anales de la historia que se estudia en escuelas y académias, parecía que a cada lado del armatoste en el que íbamos subidas hubiera uno dando vueltas. Puede que así fuera, aunque por los meneos, devaneos y traqueteos que daba el carruaje, parecía que en vez de ruedas alguien hubiese ubicado cubicados cubos.
No quisiera comentar cosa alguna de la carga, ya que sería de muy compleja explicación, siendo el desliz cosa que a mi misma me conturba, por lo que, de los quintales de escombros que portaba (exceptuando a mi compaña), no haré por ahora definición alguna.
Por animal conductor del tan poco definido vehículo, al margen del pájaro que guiaba, iba una acémila del tamaño y la flacura de un muy conocido rocín literario que, con cascabelotes, cinchas, bridas, y cordeles, iba a su pesar adornado. No pudiendo con su alma, que por no tener ni tenía, la bestia, palabra que en nada hace juego con el buen carácter que con su cabeza baja mostraba, arrastraba los cascos, de las sus patas, con un sonoro y repetitivo clocloc.
Entre esta otra afición que me asedia y me complace, que no es otra que dejar a mi pensamiento en la libertad que mi misérrima existencia le permite, pasé el rato, no sin intercalar bostezos, rascamientos, eructos (me repetían las algarrobas de la mañana) y algún pedete. Pudiendo haber hecho mejores cosas (cantar o recitar a Zaratrusta, por ejemplo) no las hice hasta el minuto en que desde el pescante se divisó, entre tímidas lucecillas nocturnas, un enorme puente que unía las dos orillas de un río, y por encima de ellas unas supuestas edificaciones.
Haciendo uso de un patrón utilizado en frases anteriores, diré que: dando muestra pública del buen hacer que me identifica entre otras coetáneas, correligionarias y afines, quise despertar a mi compañera sin, con ello, darle mayores visiones objetivas de la realidad consciente. Lo hice, y haciéndolo, a la vez, y dando muestra de lo sencillo que siempre es para mí realizar con mi cuerpo y mente cosas distintas, pude observar que mi amiga, aunque siendo cosa poco extraña en ella, no conseguía acceder al mundo de los mortales que, aun siéndolo, pretenden desarrollar y ejercitar su vida.
Gerona estaba ahí, a oscuras, delante de nuestros ojos.
(Continuará)
2 comentarios:
¿No podría haber definido un poco el trayecto entre la Junquera y Gerona?
¿Tan mal estaban las cunetas en aquel año 1942?
¿Que había por allí que Nemesia no quiera hacer mención de nada?
¿Era realmente su madre esta Hildegarda?
Muchas gracias por sus aclaraciones.
Hello ¿Comvastem? Soy Cóndor (me cago en el verano).
Sin entablar polémica alguna, sorprendido me allo y boquiabierto me encuentro pese a todo y a todos.
Tengo a mi esposa sobre mí, intentando cerrármela con cierto artilúgio usado para darle la vuelta a la carne de la parrilla (con el daño que me hace,no sé porque encima grita).
A los ciento de preguntas imposibles de contestar, hay ahora con costernación lo digo, sumar éstas que aparecen y cuya relación me abstendré de indexar y que más que arrojar luz sobre el caso, restan credibilidad al relato de la cuestión, poniendo en duda, no tan sólo la ruta seguida por Nemesia en su periplo gerundense, sino también la existencia vital de personas, animales y enseres, que sin duda Nemesia, encontró por el camino y de los que no hace mención, lo tengo claro, por puro pudor o pudo puror, que de las dos formas puede y debe decirse.
A éstas alturas de la resolución del caso, elementos tales como la profundidad de las cunetas en el año 42 o el bello paisaje pirenáico, carecen en mi opinión de trascendencia onírica.
Por tanto, ruegole señor Sinsucuerda, que se abstenga de introducir dudas de dificil digestión estomacal, en una investigación que por su magnitud, está comprometiendo seriamente vidas y haciendas. Un poco de respeto, señor.
Dicho lo cual, póngole a usted por testigo de las calamidades que he pasado éstos días debidas sobre todo a mi afición por meter la nariz por todas partes, incluidas a las personas, que tal vez por decoro, nada dijeron y a las otras que no se dejaron olisquear, pese a haberles prometido ciertas excelencias económicas, dificiles de justificaren la cuenta banaria, ya exigua por éstas fechas.
Puedo hablarle del informe Cóndor cuya redacción me ha llevado tres días y también de María Becada a la que conocí una noche de insectos y de gusanos y de jugadores de bolos. Hablarle también del la " Resistencia" de sus miembros y miembras, pero siempre, se ha de entender, salvaguardando la sus identidades. Del Club de la Serpiente donde se escucha viejo jazz en viejos discos de vinilo que crepitan y se critica al vecino sordo de arriba que crepita y crepita, arrastrando el bastón por el piso. Hablaré del círculo... sí del 13, conocido también por Círculo Maladeta.
Del saxo-manguera.
De la trompeta-embudo y de la caja-caja.
Hablaré por fin, sin fin, o si se prefiere, por los codos, pero será en otros posts y en otros días.
Un abrazo, Cóndor.
PD. Veo que el caso no avanza a la velocidad deseada. Tengo nuevas informaciones que pueden cerrar la coletilla vasca en breve. Le tengo al corriente
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