Me llamo Eneido Lluscafreda y soy tratante de ganado.
Mi relación con Nemesia data de 1966, de cuando estuve ingresado en la Clínica Canals & Nubiola con un problema de varices.
En la cama de al lado, de mi habitación de hospital, se comprende, había un negro muy prieto y poderoso, silencioso, un tipo nilótico risueño, oscuro y saltarín.
Este personaje, un loco, como diría cualquiera, estaba día y noche mirándose en el espejo del cuarto de aseo, en el espejuelo que escondía debajo de la almohada y en el mango bruñido de su cepillo de tocador.
Alternaba estas aficiones con una que otro catalogaría de excéntrica (no yo): las sombras chinescas. A cualquier hora disfrutaba generándolas con todo tipo de objetos y órganos corporales, plantándose a veces delante de la lamparita de la mesita de noche (en cuclillas, a horcajadas, "escarramat" o haciendo el pino) con la intención de proyectarse a sí mismo, o eso creo yo, hasta más allá de la pared de nuestro infame y doble habitáculo.
Si no fuera porque yo lo veía todo negro, a él, diría que no lo era.
Al margen de parecer negro, cosa discutible para todo el que quiera sospechar de las cosas, alternaba como el marido de una señora de baja estatura, de alta alcurnia y de mediana edad.
De nombre Nemesia, a fe mía que parecía ser médica, gobernanta al uso, maestra generala o funcionaria adscrita al instituto armado y benemérito de la Guardia Civil.
Las pocas veces que cruzamos ambos las miradas (la señora y yo) en la semana y media que su negro marido purgaba unas hemorroides y la inflamación de las mismas, caí en la cuenta de que hay mujeres que miran y apuñalan, que alzan la barbilla con descaro diciendo al contrincante
- Qué carajo pasa con esa cara de burro que tienes, que pones o que arrastras.
He de admitir que la señora Nemesia en ningún momento sonreía, antes al contrario, forzando en todo momento su expresión hacia el paroxismo, la mueca, el síncope y, sin temor a equivocarme, hacia una desmesurada violencia, que no por ser excesiva conseguía del adversario la estampida.
Practicaba curas y práticas sanativas a su marido con una diligencia y un nervio que, exentos ambos de cuidado y mesura, favorecían que las enfermeras y celadores acudieran en tropel ante los gritos que emitía el tremendo y retinto señor.
No obstante, he de manifestar, con vergüenza y rubor, que algo de amor parece que se tenían, ya que se ejercitaban juntos y sin recato en la letrina, haciendo ruidos guturales y otras estridencias propias de los animales que por aquel entonces yo mismo trasladaba por los caminos de España.
Lo más extraño del caso es que coincidimos en la cafetería del sanatorio el día que nos dieron el alta.
Nemesia, arrobada por no se sabe qué causa, me convidó a un café, a un anís y a un cruasán desde la mesa colindante, de espaldas a la mía y saludando sin dar la cara como aquel que espanta moscas.
1 comentario:
¿Este Melitón, es Melitón Sangüesa?
Me refiero al saxofonista que en los años sesenta tocaba el instrumento en locales de Barcelona.
Luego se supo que no era negro.
Gracias.
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